Yo Dona conoce el trabajo de APRAMP tras la pista de las chaquetas de la Reina

¿Qué se esconde tras las chaquetas favoritas de la Reina Letizia? El trabajo de supervivientes de la trata y la prostitución recién salidas del infierno

Seguimos el rastro de las chaquetas favoritas de la Reina Letizia, confeccionadas por supervivientes de la trata. En la sede de APRAMP en Madrid recogemos las escalofriantes historias de estas mujeres, que al perseguir una vida digna se toparon con el infierno.

Actualizado Jueves, 16 mayo 2024 – 01:50

Vulnerabilidad. Supervivientes. Tocar fondo. Autoestima. Explotación. Mafia. Sueños. Rescate. Trozo de carne. Éstas son algunas de las palabras que más oímos cuando entramos en la sede en Madrid de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP) siguiendo el rastro de las chaquetas favoritas de la Reina Letizia. En este pequeño taller donde mujeres concentradas en su labor y con la vida marcada en la mirada se han confeccionado dos que ha llevado en los últimos meses, una jaspeada y otra roja.

Doña Letizia no sólo va allí en busca de ropa, sino para seguir muy de cerca la labor de esta organización que su directora, Rocío Mora, define como «la primera puerta de entrada a mujeres que están siendo explotadas o son víctimas de trata en España». Su unidad móvil recorre los lugares donde se puede estar cometiendo ese delito para captar a jóvenes de hasta 59 nacionalidades, todas ellas trabajando en el que es el segundo negocio más lucrativo a nivel mundial.

Víctimas y puteros

«No hay un perfil definido de víctima de trata», apunta Rocío Mora, «pero sí factores de riesgo: ser mujer, no haber superado los 20 años, haber nacido en un país en guerra o vivir una situación de vulnerabilidad en la propia familia, no llegar a fin de mes, no poder dar de comer a sus hijos, no poder sobrevivir…».

Es cierto, el perfil cambia según la demanda: los puteros, como los llaman aquí, van variando de gustos, ahora incluso buscan chicas discapacitadas para que, dice la experta, «tengan la posibilidad de responder a todo lo que se les pida, y para eso no puedes ser conscientes de la crudeza: desde no utilizar métodos preventivos a entrar en sus cuerpos con una violencia tan brutal que las lleva a precisar atención médica».

La historia de Marcela

Hace dos décadas lo que se demandaba como una macabra tendencia eran las brasileñas. Marcela fue una de ellas: estudiante de Derecho en su país -su gran sueño fue, y es, convertirse en una gran abogada- y trabajando a la vez en un bufete como secretaria, se quedó sin empleo. Procedente de una familia en la que se sentía «invisible», le presentaron a una señora que ofrecía trabajo en Europa, con un sueldo de 1.500 euros (hablamos de 2003) durante seis meses. Le costó mucho dejarlo todo y aceptarlo, pero Marcela tomó ese avión al «calvario».

El destino, Portugal, la primera semana fue un paraíso de fiestas, visitas turísticas y restaurantes. Al séptimo día, «llegó el shock y la primera bofetada, cuando nos dijeron que habíamos ido allí para ejercer la prostitución». «La captadora en Brasil», cuenta Marcela, «había detectado mi punto vulnerable, mis sobrinas, entonces de 4 y 6 años. Lo sabían todo de ellas. Si no hacía exactamente lo que me decían iban a secuestrarlas y violarlas». Son las cadenas mentales que les crean los proxenetas y que las retienen, aterradas, a su servicio.

Poco tiempo después llegó el traslado a Sevilla -«si en Portugal era un calvario, en Sevilla fue bastante peor, porque me vi obligada a consumir drogas. La gran abogada que quería ser, ahora era prostituta y drogadicta»-.

Como Marcela se convirtió en la que más se drogaba, la que más bebía y la que más trabajaba -«por mí y por las niñas», dice- fue premiada con el traslado a Madrid. «Yo era su gallina de los huevos de oro. Pero afortunadamente me trajeron a Madrid, porque aquí conocí APRAMP», afirma Marcela.

En verano, cuando los rodríguez se lo pasan de lo lindo, «un putero me sacó del club y me llevó a su casa, en Fuenlabrada. Me quedé allí una semana a base de alcohol y drogas, sin comer y sin dormir. Generé a la mafia 14.000 euros. Volví al club y le dije a la proxeneta de turno: ‘Mi relación laboral con usted se ha terminado’».

Lo siguiente fue una tremenda paliza tras la que le quedó la cara «hecha un cuadro», la cabeza abierta y el cuerpo en el suelo en medio de un charco de sangre. APRAMP la había contactado antes, y ella había memorizado el número de su teléfono de emergencia 24 horas, por lo que le pidió el móvil a una compañera y llamó. Se armó de valor y llegó hasta el coche donde iban a estar esperándola.

La resurrección de Marcela

Tras un año «sin dignidad y sin autoestima», Marcela renació. «APRAMP estuvo, está y estará donde nadie más quiere estar», señala. Ahora, en 2024, lleva 12 años contratada por la organización como mediadora. De aquel año terrible que vivió le quedan secuelas físicas -«debido a los excesos sufrí un infarto, perdí parte del riñón, tengo una hernia de disco, problemas en el corazón…»-, un empuje extraordinario por ayudar a mujeres en su situación y un agradecimiento a APRAMP que hasta la lleva a llorar.

Y también le queda energía para una advertencia: «Atendemos a mujeres de decenas de nacionalidades, pero ahora hay una gran demanda de niñas españolas», casi todas contactadas a través de las redes sociales. Las redes que, como dice Rocío Mora, «de la misma manera que son utilizadas masivamente por los jóvenes, también lo son por los malos». En campaña en los colegios de nuestro país, APRAMP ha preguntado a las niñas si, a través de TikTok, han recibido ofertas para prostituirse. Y ellas responden que sí…

La historia de María

En avión llegó también a España María, una alegre dominicana de 36 años. Con su sonrisa recuperada, dice: «Cuando conocí APRAMP se lucraban con mi cuerpo, estaba siendo explotada sexualmente. La organización me habló de los derechos que tenía como ser humano. Estaban siendo todos vulnerados».

Tras conocer APRAMP gracias a su unidad móvil, ella misma fue a la sede cuando tocó fondo. ¿Y qué es tocar fondo en esa situación? «Decir no puedo más, no me merezco esto», responde María, que cuenta cómo crearon un itinerario individualizado para ella en base a sus necesidades de ese momento. Estaba muy deteriorada físicamente, pero sobre todo mentalmente, y asistió a talleres de reinserción, de autoestima y de reciclaje de prendas textiles. «Siempre digo que ahí yo reciclé mi vida», afirma. Después se convirtió en mediadora en el equipo de la unidad móvil, una «superviviente que, con la formación recibida y la experiencia de vida, sabe cuándo hablar y cuándo callar, y conocer en qué situación se encuentran las chicas sólo con su lenguaje no verbal».

Ahora, María, que vino a España «con sueños y buscando un futuro mejor», asegura, y se le nota, que es una mujer «superrealizada». «Me he casado, tengo a mi hija conmigo, espero otro bebé, trabajo, soy feliz».

El objetivo de APRAMP

En APRAMP trabajan cien personas, y 47 de ellas son supervivientes, después de haber sido formadas en las dos escuelas de la organización, una de moda y otra de mediación e intervención. Según su directora, hacen «un trabajo silencioso para llegar a las víctimas sin ponerlas en peligro. Lo que queremos es estar siempre a su lado». Un objetivo que cada vez es más difícil, advierte, porque el negocio «va tornando a la invisibilidad, a la trata online».

Otra preocupación de Rocío Mora es la necesidad de abrir el prisma, porque hay otras formas de explotación en España, «la laboral en el servicio doméstico, la mendicidad con menores, los matrimonios forzosos…». Y concluye con su eterna petición a la Administración: «Necesitamos una ley que hable de prevención, protección, persecución y partenariado (colaboración de todas las organizaciones)». Que llegue pronto.