La red de Murcia prostituía a niñas por WhatsApp a cambio de 200 euros.
No era una red de trata de mujeres cualquiera. No gestionaba locales de alterne ni anuncios en Internet. Todo funcionaba por WhatsApp. Las citas se programaban en pisos y pensiones a las que las mujeres llegaban a bordo de taxis piratas. Las técnicas de marketing eran muy agresivas. Los cabecillas de la red de prostitución martilleaban los teléfonos de sus clientes con las fotos de cada joven que captaban para el negocio. Llegó a circular un álbum de 400 fotografías con mujeres de todas las edades y procedencias.
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Pero con las niñas ganaban más. Las tácticas para convencer a las menores eran también insistentes. Les prometían dinero fácil a cambio de dar masajes a hombres mayores. No tenían que hacer más, esa era la promesa inicial. La mayoría acabó aceptando mantener relaciones sexuales a cambio de 50 o 60 euros. Una se resistió y acabó denunciando por agresión sexual al cliente, un guardia civil de 82 años que intentó forzarla.
Las candidatas se buscaban en discotecas de la capital murciana frecuentadas por inmigrantes de origen latinoamericano. Y en ofertas de empleo publicadas por jóvenes españolas en Internet para cuidar de niños y mayores. Y hasta en un colegio, a través de una adolescente que convenció a dos compañeras de la misma edad para participar en citas con hombres mayores.